domingo, 17 de enero de 2016

El deseo de Lucía

Hace unos días Lucía se me acercó llevando en la mano una pelotita pequeña, transparente y brillante. Era una pelota mágica a la que se le podía pedir un deseo. Me invitó a que pidiera uno y ahí me vi yo, pidiéndole a una pelotita saltarina que siguiéramos queriéndonos siempre todos mucho. Entonces, Lucía me contó el deseo que ella le había pedido. Se ve que ha salido más a papá piofaurio que a mí, es una chica práctica. Atención:

- Mamá, yo le he pedido un robot que te limpia toda toda la casa, para que tú no tengas que estar limpiando y limpiando...Lo venden en el Corte Inglés.

Osea, Lucía podría haber pedido cualquier otro deseo fantástico, la pelotita no te pone pegas, y lo gastó en un robot que limpia. Me quedé muerta.

Pensaréis que es que yo estoy todo el día fregona en mano. Qué va. Pero sí es cierto, que muchas tardes las paso haciendo cosas de la casa (normal) y a Lucía le habrá parecido que me quitan demasiado tiempo y que me desespero y digo cosas como "tooodo el día recoge que te recoge". No le falta razón, si estoy en la casa, siempre tengo algo que hacer. Además, soy especialmente lenta y una desordenada que quiere ser ordenada, pero no me sale muy bien. 
Seguramente, el deseo de Lucía es que su mamá tuviera más tiempo libre, lo cual está muy bien y me dio que pensar. Está en mí, en nosotros, poder cumplirlo y que no todo sea estar en casa afanándose, que haya más tiempo para jugar con ellas. O tiempo para no hacer nada. Estoy intentando comprender que si hago lo que yo pienso que es "nada", estoy haciendo algo, porque estoy viviendo. Tengo muy metido en el coco lo de no perder el tiempo, como si participara en una especie de carrera no sé muy bien con qué meta.

También pensé "jo, Lucía solo ve mi faceta de maruji". Pero no, ella sabe que trabajo en un instituto (me ve escribir, leer) en el que ella trabajará en un futuro, compaginándolo con la docencia en el instituto de su padre también y la peluquería de perros y de gatos (no lo olvida) a medias con la primita Inma.

En fin, podría haber sido peor. Esta semana he estado especialmente cansada y poco paciente. Si le pregunto por su deseo esta tarde, lo mismo me desea un circuito de spa y un masaje desestresante. 

Aunque igual el robot es la solución a todo.




viernes, 15 de enero de 2016

El cielo

Estas mañanas de camino al cole, Victoria me enseñaba el cielo, "¡¡mira, mamá!!". Ella pensará que mamá, que va empujando el carrito con prisas no ha podido reparar en el color azul o en las estelas que dejan los aviones al cruzarlo. Lleva mucha razón, de mayores miramos menos el cielo, lo miramos menos todo, o al menos con otros ojos, y más si es en nuestro día a día. Así que me encanta que ella me recuerde que podemos mirar el cielo, o al gatito de una casa que hay de camino al cole de Lucía, o a cualquier perrito o camión que pase a nuestro lado.

Esta mañana Lucía también me hablaba del cielo, pero de otro. Desde hace un tiempo, a veces se pone triste y me cuenta que le da miedo hacerse vieja e irse al cielo. Yo siempre la abrazo fuerte y le digo que no tenga miedo. No se me ocurre mucho más.

 Esta ha sido la conversación:

Lucía: Mamá, ¿sabes que la babu tiene unos tacones con los que se ven los dedos de los pies?

Yo: ¿Sí? Yo también tengo unos.

Lucía: ¿Tú me puedes guardar las cosas que tú tienes para cuando sea mayor? Porque tú te harás muy mayor, muy mayor.

Yo: Sí, claro...

Lucía: Y cuando seamos muy viejecitos nos iremos al cielo... ¿Por qué?

Yo: (Me hubiera gustado salir corriendo o que pasara algo extraordinario que nos hiciera cambiar de tema, pero íbamos en el ascensor) Cariño, es ley de vida.

Lucía: Me da miedo pensar en eso.

Yo: Bueno, intenta no pensarlo.

Lucía: No quiero pensar en eso.

Yo: No pasa nada, amor. Cuando te pase, pues piensa en una cosa bonita o graciosa. Por ejemplo, piensa en tu hermana haciendo el payaso.

Y en ese preciso momento miramos a Victoria que estaba casualmente haciendo el payasete, con el gorro de lana calado hasta los ojos. Nos reímos las tres.

Lucía: ¿Y qué pasa con las cosas: la tele, el piso...?

Yo: ¿Qué pasa cuándo?

Lucía: Cuando estemos todos en el cielo.

Yo: Pues la gente cuando muere le suele dejar las cosas a sus hijos, a sus nietos o las regala a otra gente.

Lucía: ¿Pero si todos estamos en el cielo, quién esta en este pueblo?

Yo: (Aquí sí que estuve a punto de echar a correr y dejarlas a las dos que se fueran solas al cole y a la guarde) Es que si nosotros nos vamos al cielo, pues habrá  otra gente por aquí.

(A no ser que la Tierra se haya ido ya al carajo)


Y ya creo que, ¡¡por fin!!, cambiamos de tema. Menos mal, porque no es lo mío la Metafísica, se nota, ¿no?

Prefiero que hablemos del cielo azul, del que me enseña Victoria, pero también me gusta que Lucía me cuente sus miedos, y que se le olviden un poco con un abrazo o con las payasadas de su hermana.