martes, 22 de noviembre de 2016

Paraguas

Ayer al recoger a las niñas del comedor nos cayó encima una auténtica tromba de agua. Cuando me aproximaba al cole llovía fuerte, pero no vi necesario ir a por el coche. Qué error, a continuación diluvió. Mientras caminábamos a duras penas, chapoteando (mis pies dentro del zapato), nos caía agua pelo abajo y se mojaban nuestros pantalones, yo solo pensaba "qué mala madre, qué mala madre" al ver en esas circunstancias a mis enanas. Es que creo que dábamos mucha pena. Ellas, sin embargo, no iban tan mal. Supongo que fue una pequeña aventura. Por momentos lo parecía. Victoria incluso saltaba en los charcos, en los charcos más profundos, porque todo era un gran charco. Yo, lo dicho, miraba a mí alrededor esperando miradas de reprobación (alguna madre precavida con coche creo que me miró regu), pero en la calle no había ni Dios caminando, solo nosotras tres. Al llegar a casa, quitarnos todo, secarnos, cambiarnos de ropa (qué gusto la ropa sequita y calentita), comprobar que lo que iba dentro de mochilas y bolsos no se había mojado, etc., me di cuenta de que el paraguas de Peppa Pig que llevaba Victoria estaba roto, tenía un agujerito. Otra vez en mi cabeza "mala madre, la niña con el pelito mojado...". Así que por la tarde fui a comprarle otro paraguas, uno de la patrulla canina. 
Por cierto, Primera reflexión: ¿por qué cuando en un producto (mochila, paraguas, estuche) aparece la patrulla canina normalmente están todos los chicos, perritos, sobre un fondo azul y no esta Sky, la chica? Si en algún producto está la chica, suele estar sola o casi sola y, por supuestísimo, sobre fondo rosa, como toda su vestimenta, etc. Porque claro, en la patrulla canina solo hay una perrita de seis, menos en un par de episodios en la nieve que también está Everest. Supongo que a alguien le iba a explotar la cabeza pensando en una perrita que no fuera vestida de rosa o en tonos pasteles y que fuera la que manejara la excavadora o arreglara, construyera e inventara. 

 Mi sobrina Nora está para comérsela diciendo el nombre de todos los perritos de la patrulla. En los paraguas de mis niñas salen todos o casi todos, pero Sky no. 

Aquí solo las chicas.

Segunda reflexión: ahí está el paraguas de Peppa pig esperando ser tirado, porque no tiene mucho arreglo. Me da mucha pena porque recuerdo perfectamente el GRACIAS tan bonito y espontáneo que me dedicó Lucía cuando se lo compré, o no sé si se lo regalé por su santo. Pero es que todo no se puede guardar. Y eso mismo le explicaba yo a Lucía que lloró lo que no está escrito el domingo cuando reorganizábamos su cuarto por milésima vez y apartaba algunos juguetes para darlos. Ella gritaba desbocada "¡¡¡los vas a vender!!!". Se abrazaba a ellos, les hacía caso casi por primera vez y eran cosas quizá de cuando tenía un año o como mucho dos. Quizá dejó de llorar cuando se dio cuenta de que no iba a regalar ninguno de sus juguetes importantes, "históricos" que dirían mis hermanos. Dios me libre. Todavía le recordamos a mi madre que tiró nuestro belén de toda la vida. El belén que ningún otro belén podrá reemplazar jamás.

viernes, 11 de noviembre de 2016

Me lo llevo

De vez en cuando Lucía arremete con fuerza con el tema de tener una mascota. Recuerdo hace dos veranos en Cuenca cuando quiso quedarse con un renacuajo y lloraba amargamente cuando lo tuvo que devolver al río. Pues esta semana me pidió que me lanzara debajo de un coche a por un gorrión que había saltado delante de nosotras, gritando "¡¡cógelo, quiero tener una mascota!!". Siempre ha idealizado mucho el asunto, más pequeña explicaba que tendría un gato blanco que no tendría uñas y no haría caca ni pipí. Hombre, si así fuera...

No tenemos mucho espacio, ni mucho tiempo y energías y sí tenemos una Victoria que agobia un poco a los animales, les da abrazos estranguladores y los atiborra a frutos secos o lo que pille. Además al final toda la responsabilidad recaería en los papis y por ahora no nos vemos capaces de asumirlo. Pero en un futuro me encantaría adoptar un gato o un perro, eso sí. 

Igual ese futuro está próximo, si Lucía cumple su promesa (pronunciada el mismo día que lo del gorrión pero por la tarde): "La próxima vez que vea un perro o un gato en la calle, me lo llevo". Después de reflexionar un poco añadió: "Bueno, si no tiene collar". Que mi niña es impetuosa, pero muy legal.


De Jimmy sí pueden disfrutar cada vez que van a casa de los papus.


viernes, 21 de octubre de 2016

Momentos

Quizá el secreto es ese. Fijarse en los momentos inolvidables que incluso el día a día te puede dar. No hace falta a veces hacer cosas extraordinarias. Lo que pasa es que lo normal es que el agobio, el cansancio ganen la partida y solo se vea lo que no se ha hecho, lo que queda por conseguir, lo largo que es el día, nuestros fallos...

Me encantaría no olvidar cuando por la mañana caminamos hacia el cole las tres cogidas de la mano. Tengo que tirar un poco de Victoria que va muy despacito, por miedo a que se haga tarde. El fresquito de la mañana, el sentirlas tan pequeñas y tan apoyadas en mí, el que Lucía me vaya contando sus historias es tan grande...O así lo siento yo. 

Cuando dejamos a Lucía en su fila (por cierto, que ha habido días en que no ha sido fácil), Victoria está loca por subir a su clase, a la de la seño Mariángeles. Quién me lo diría a mí con los cuatro primeros días de llantos desgarrados. Sube las escaleras con dificultades aún y además va mirando para atrás buscando a su amiga Carmen. Luego le doy un beso antes de entrar y ahí va tan contenta para su sitio. Supongo que desde fuera se ve una secuencia obvia y normal, para mí es algo genial. 

Si no me diera vergüenza de lo que puedan pensar las monitoras y los otros padre y madres, haría un vídeo de cuando las recojo del comedor y vienen las dos desde el fondo del patio. A veces cogidas de la mano. Otras veces andando una delante de otra, Victoria normalmente la primera, saludándome súpercontenta agitando el bracito y sonriendo mientras trota. Se las ve tan pequeñas...  (Podría contar que luego suele haber una guerra porque quiere que la transporte en brazos "ambasos" y yo, literalmente, no puedo y vamos dando el cante por todo el camino. Pero no, que esta noche estoy tierna y positiva).

Así que me despido con mi clase de pilates de ayer: la profe, Lucía y yo. Lucía, después de intentar entretenerse con mi móvil y con sus juguetes, se animó a hacer los ejercicios y la relajación final. Se puso delante de mí para verse bien en el espejo y ahí estaba toda concentrada. Para comérsela. Ahora dice que quiere venir todos los días conmigo a esa clase. La verdad es que voy poquísimo (pero poquísimo), pero cuando puedo ir me alegro. Además la profe se despide diciéndonos que somos seres de luz, de paz, de paciencia, de amor... Y yo siempre pienso: "ojalá".

lunes, 12 de septiembre de 2016

¡Tú eres capaz de esto y más!

Dentro de unas horitas mis niñas y yo estaremos desfilando rumbo al cole. Anoche intentaba transmitirles emoción, alegría, pero no sé si me salía muy bien. Como soy profesora, cuando empieza el cole empieza lo difícil, el LÍO, sí, con mayúsculas y en el comienzo de curso yo también estoy nerviosa y asustada, casi como ellas. También  entusiasmada con los proyectos e ideas que se me vienen a la cabeza.

Anoche Lucía estaba cansada y penosa y repitió varias veces que qué rollo, que no quería ir al cole. Además sabe que no va a estar su seño querida, que este año no se puede incorporar por motivos de salud. Creo que eso le influye. Por ver a sus amigos y a sus amigas tampoco muestra mucho entusiasmo, se ve que con la primita Inma le basta, que es con la que ha pasado mucho tiempo este verano. Decía también que no quería ponerse a trabajar (ay, madre mía). A ver cómo la motivo, cómo consigo que comprenda que cuando termine este curso seguramente sabrá escribir y leer y eso es muy chulo. Utilizaré la baza de su prima, eso no falla. Me la tengo que poner de mi parte, para que me ayude con Victoria.

Victoria me da penita, es mi bebé (bueno, ya no, pero sí). Anoche, mientras se le iban cerrando los ojos, me decía que en el cole iba a pintar, que había muchos colores (rojo, azul, verde...), que había juguetes, etc. Pero también explicó que yo me quedaría con ella, je, je. Eso es lo que ha pasado en sus dos primeras clases en la academia de inglés, que, para que dejara de berrear, he entrado con ella a clase (a ver si así poco a poco me saco el B2). Es muy pequeña, igual hay que dejar lo del inglés para más adelante, ya veremos. En fin, que cuando le comenté que no, que yo la dejaría en el cole, me iría a trabajar y luego la recogería, como pasaba en la guarde, se quedó pensando y contestó: "papá se queda conmigo en el cole". 

Sé que me espera el momento salir corriendo dejando hecha a Victoria un brazo de mar con la pobre maestra atendiendo a unos cuantos más deshechos en lágrimas como ella. Y yo con el nudo en la garganta saliendo del cole y escuchando su llanto cada vez más lejos. Lo sé porque con Lucía, que era ocho meses mayor, me pasó y con mi pollito va a ser igual o peor. Por eso, espero que Lucía me eche una manita y se levante positiva (porfi, porfi), Pero bueno, es una niña pequeña también, no le puedo exigir que tenga otros sentimientos distintos a los que pueda tener. Así que me toca a mí, a la mami (el papi está hoy solucionando otros problemas de casa) ser fuerte y decidida. Y positiva, que luego, gracias a Dios, mis niñas se adaptan muy bien al ritmo del cole y a sus clases, son participativas y competentes.

Como dice en esta semana mi planificador de mr. Wonderfull:





domingo, 21 de agosto de 2016

Libro de mamá: Se me hace bola

Este curso, entre unos cuantos libros de ficción, me leí este libro sobre alimentación infantil: Se me hace bola, de Julio Basulto. Leído y subrayado, ahora toca incorporar algunas buenas ideas y consejos a nuestro día a día.



Julio Basulto da esencialmente tres claves:

1) Es más importante lo que un niño no come, que lo que come. Es decir, hay una serie de alimentos superfluos que sí pueden incidir directamente en una mala alimentación de los niños y las niñas. En casa se debe evitar tener un arsenal de estos alimentos disponibles. Que no coman "chucherías" es más decisivo que que coman tal verdura o tal fruta. Para ellos nos ofrece una enorme lista de alimentos prohibidos o que se deben limitar mucho y no usar ni siquiera como premio o recompensa. Reconozco que la lista es muy estricta, ya que se incluyen galletas (¿quién no tiene galletas en casa?), helados, cereales, etc. No soy de tener mucho chocolate, galletas, helados en casa, porque me atiborraría yo y no es plan. Pero sí es cierto que los fines de semana o las fiestas, si salimos a la calle, en cumpleaños, etc., las niñas sí que comen alimentos de este tipo. En fin,  seremos conscientes de que no deben abusar.

2) La hora de comer debe ser un momento feliz, por lo tanto no se debe obligar a los niños y a las niñas a comer algo que no quieren o la cantidad que nosotros consideramos precisa. Hay que confiar en el apetito de nuestros hijos/as. Difícil no volvernos psicópatas con que han comido poco o con que jamás van a comer verduras y frutas. Nosotros somos un poco volubles en esto, no somos estrictos, pero  a veces depende del estado de ánimo que tengamos. De todas maneras, personalmente, me enfado o regaño más por los modales en la mesa: estar mal sentadas, levantarse antes de tiempo, etc. Para que no dejen demasiada comida en el plato, el autor del libro nos recomienda servir raciones pequeñitas, más realistas con lo que se pueden comer.

3) Lo más importante y decisivo para que nuestros hijos e hijas coman sano es el ejemplo, que nosotros comamos sano, que en casa tengan acceso a frutas, verduras, productos integrales... Papá piofaurio es un gran ejemplo, yo como más fruta y verdura gracias a él (bueno, y a que me he hecho mayor) y Lucía come también bastante fruta. Victoria es otra historia, ha salido más a mí y a mi familia, pero espero que lo que dice este hombre surta efecto.

Además de eso, nos anima a evitar el sedentarismo: los niños y las niñas deben tener una hora al día de actividad física al menos. Aconseja reducir el consumo de carne y no abusar de los lácteos, dos raciones al día es suficiente. Con Victoria también tengo ahí un problema, porque, si por ella fuera, se alimentaría de colacaos, batidos, natillas y queso y sería muy feliz.
De la lactancia materna habla maravillas, así que estupendo.

Lo dicho, nos toca repasar lo subrayado y comer sano, a ver si acaba esta locura de verano donde todo se pone patas arriba: rutinas, sueño y también la alimentación (que se lo digan a mis kilitos de más). Para matarme, pero para recuperar el orden si que añoro un poco la vuelta al cole. Me arrepentiré pronto de estas palabras.








jueves, 28 de julio de 2016

La teta no funciona

En las últimas semanas, cada vez que Victoria se me acerca mimosa y me pide teta, le repito sin mucho convencimiento que "la teta no funciona". Ella me pregunta incrédula "¿No sinsiona?" y a veces insiste un rato, pero otras no.

Todo ha sido más fácil de lo que yo imaginaba. Imaginaba un berrinche tras otro, un berrinche perpetuo. Victoria está en lo más alto de los berrinches, en el top berrinches y por eso me esperaba lo peor cuando le negase su teta. Las dos únicas veces que el berrinche ha estado presidido por el grito de guerra "tetaaaa" no era ese el motivo principal del disgusto, pero una cosa llevó a la otra. El resto del tiempo, esta transición grande en nuestra relación, de con a sin, ha sido bastante tranquila y natural. Ya lo dice mi sabia madre: "Todos los bichillos se destetan".

Llevaba ya casi todo el curso cansadilla de dar el pecho, aunque tampoco me suponía un suplicio seguir, no sé si alguien me entiende. Por eso, decidí aplicar eso de "no negar, no ofrecer" (aunque confieso habérsela ofrecido alguna noche desesperada porque se durmiera) y ya en verano, de vacaciones, dejarla del todo. Ella hubiese seguido, en ningún momento ha bajado su demanda, como sí hizo Lucía, así que me tocaba a mí planificar.

Se me presentó la mejor oportunidad más propicia después de volver de una escapada con papá piofaurio. Ellas iban a estar cuatro días con los papus, que al final fueron cinco. Papá piofaurio me decía que seguro que ya no me la pedía, que no se acordaba. Yo sabía que sí que me la pediría. En el viaje de vuelta consulté con mi asesora de lactancia particular, súper Mar y ella me animó a intentarlo si yo estaba convencida. Si había algún problema para domirse, que se ocupara el papá. No ha hecho falta ni eso. Para dormirla o relajarla antes de dormir le encanta que le acaricien las piernas y los pies. Hemos ampliado la sesión de masajes y alguna noche también canté canciones de los cantajuegos, pero quitándole revoluciones, en plan nana. Aunque se ha acostumbrado a no demandar teta, a mí que me demanda todo el rato: estar conmigo, que la coja en brazos...

Los despertares sí que han sido fáciles. La mayoría de las veces duerme del tirón, pero al despertarse y pedirme teta, le decía que no, que agua y ya esta. Hasta que ha llegado el momento de que me pide agua directamente.

¿Y yo? Pues estoy muy tontona últimamente, pero no creo que sea por esto. Es raro, han sido muchos años dando el pecho, a una y a otra, pero ya digo que me apetecía dejarlo. Cuando miro el cojín de lactancia. nuestro "cojín teta" (el cual he escondido porque entonces sí que podría haber problemas) sí que me da pena, nostalgia. Se acabó una parte importantísima de mi vida. Además, como últimamente no tengo la autoestima de madre muy alta, pienso: "esto de la lactancia sí se me ha dado bien".

¡¡Buen verano!!

martes, 12 de abril de 2016

Una pera cada quince días y otras grandes alegrías

Me acabo de sorprender a mí misma alegrándome un montón porque Victoria se ha quedado dormida sola por tercera noche consecutiva. No importa que lo haya hecho a las diez y media aproximadamente, ni que justo antes estuviese cantando a pleno pulmón "un elefante se balanceaba" y otros hits. Estoy contenta. Pensaréis, "pobre infeliz, lo suyo es que se duerman solos desde mucho antes o incluso desde bebés". Me da igual. Está ocurriendo ahora. ¡¡Viva!!

Y así se suceden otras grandes alegrías que paso a relataros:

1) Las monitoras del comedor me dicen de Lucía que es "una monería". En general, en el cole la quieren mucho y se porta muy bien. Victoria también, ¿eh? Algunas veces es un poco macarrilla, pero es que está en la edad.

2) Descubres que Victoria no es la única a la que le ha afectado el cambio de hora y traspasa la barrera de las once de la noche con demasiada energía. Cuando tu compañero del trabajo te comenta que tuvo que ver "Cuéntame" meciendo a su niño en el carrito, no puedes evitar alegrarte. No de sus males, sino de que no estás sola.

3) Haces una tortilla de espinacas y a) ¡¡te sale bien, le das incluso la vuelta sin espachurrarla!! y b) a tus niñas les gusta y comen un montón. Aplausos, aplausos.

4) Cada quince días aproximadamente Victoria come algo de fruta. Esto es muy triste, en realidad, pero el momento pera, ese momento en que se digna a probarla y dice sonriendo "ta buenaaa", ese momento es muy grande. Y da igual que no la quiera tocar con sus manos, se la doy yo y casi sin respirar, para que no se rompa la magia.

Al contrario también pasa, la vida de mamá piofaurio está llena de dramas. Esta tarde misma ha sido difícil. Así que más me vale cultivar más mi sentido del humor, respirar, ommmm, y centrarme más en estas grandes alegrías.



domingo, 28 de febrero de 2016

Los abuelos nos dan diez mil vueltas

Las pequeñas piofaurios adoran a sus abuelos por encima de todas las cosas. Suele pasar, a mí me pasaba y me pasa. Y a Papá piofaurio también. Los Reyes trajeron a Lucía un libro de la maravillosa peli "Del revés". El otro día, leyendo  el capítulo de Alegría, respondió a la pregunta "y a ti, ¿qué te hace feliz?" con un rotundo: "ir a casa de los abuelos". (Por cierto, la que flipa con el libro y lo quiere leer todas las noches es Victoria y su emoción preferida es la ira cuando dice "¡¡Tú, ¿qué quieres?!!").


Papá piofaurio y yo también los adoramos, son nuestros padres, pero, últimamente, les estamos cogiendo un poco de coraje también. "¿Qué, por qué?" (Esta es otra de las frases de ira con las que se parte de risa Victoria).

1)  Papá piofaurio y el papu son los cocineros oficiales. Pues bien, Lucía me está desanimando por momentos a nuestro cocinero, porque para ella, como el papu no cocina nadie. Como mucho, alguna vez comenta que están empatados en algún plato. Pero el papu gana, sobre todo cuando le hace espaguetis a la carbonara o ensaladilla rusa.

2) Casi todas las veces en que le lavo el pelo a Lucía y luego tengo que intentar desenredarle los rizos me comenta lo mismo entre sollozos: que la babu tiene un producto mágico con el que no duelen nada nada los tirones. Yo he comprado ya varias marcas de desenredante del pelo infantil, pero se ve que no, que el de la babu no es, que ella sabe hasta donde se compra. Le tendré que hacer caso, angelito. Aunque ahora que tiene el pelo cortito, todo es más fácil. Voy comprendiendo a mi madre cuando me cortaba el pelo de chica y yo lo odiaba. Lucía está encantada, fue ella la que le dijo a la peluquera que le cortara "muchísimo".

3) La abuela Lola sabe mil cosas que nosotros, padre torpes, desconocemos. Por ejemplo, distinguir todos los frutos secos en un popurrí de frutos secos, que a veces contienen algunos muy raros ("La abuelita Lola sabe lo que es"). Y, como cose muy bien, pues puede arreglar todos los peluches que estén a punto de perder un miembro o toda la ropa que esté descosida o rota. 

4) Lucía de mayor dice que va a vivir en casa de los abuelos y, como nos descuidemos, se va antes. Con eso nos amenaza cada vez que se cabrea y nos dice que ya no somos sus padres. Ay qué ver. Y Victoria porque aún no habla muy bien, pero ya empieza a querer quedarse con "Mari" y monta el numerito cuando nos tenemos que ir de casa de los papus.

Pero bueno, no vamos a criticar al abuelo y las abuelitas, que también gracias a ellos podemos disfrutar de tardes noches previas a cumpleaños muy chulas, con cine, cena... Así que si hay que reconocer que son mejores, que nos dan diez mil vueltas, pues se reconoce. 


sábado, 13 de febrero de 2016

Hace cinco años


Hace cinco años aproximadamente quise dejar por escrito la vivencia de mi primer parto, del nacimiento de Lucía. Lo acabo de leer y me ha emocionado un montón. Creo que a las mamás nos encanta recordar nuestros partos y contarlos, nos convertimos un poco en "abuelas cebolletas". O al menos a mí me gusta hablar de ellos. No es que interrumpa de pronto  una conversación sobre política nacional con "por cierto, mi parto fue estupendo, bla bla bla"; pero si sale el tema, preparaos, jeje.

Lucía me aporta nuevos datos sobre su nacimiento que yo desconocía. Resulta que ella estaba tranquila y escuchando lo que pasaba fuera (se acuerda de promesas que supuestamente yo hice) y tenía los ojos cerrados. Pero, cuando tuvo que pasar por mi toto, ya abrió los ojos. Por cierto, eso de que nació por mi toto no lo lleva muy bien, le parece asquerosillo, porque por allí sale el pipí. 

En fin, os dejo lo que escribí entonces. Es un poco largo, aviso, porque quise dejar constancia de cada detalle. 



Miércoles 2 de febrero de 2011

Después de un día duro el martes (monitores y curso de preparación al parto en la Quirón), me desperté a las nueve y veinte, más que nada porque pensaba desayunar con Montse a la hora del recreo. Al ir al baño, ¡¡sorpresa!!, estaba un poco mojada. Un poco, pero significativo, es decir, ¿habría roto aguas? Necesitaba preguntar y buscar respuestas. Llamé primero a mi madre, por supuesto, pero estaba en clase, claro, no me cogía el móvil. Llamé luego a Antonio. Antonio, como siempre muy tranquilo, opinó que eso no debía romper aguas, que romper aguas era con más cantidad y más de golpe... No contenta con su opinión “médica”, intenté hablar con mi ginecóloga, pero no pasaba consulta. Miré entonces en internet y, efectivamente, sí que podía haber roto aguas. ¡¡Ay, ay, ay, qué nervios!! Ya mi último recurso fue llamar al teléfono de atención médica de DKV. El doctor que me atendió no lo dudó un momento, debía ir a urgencias y así confirmar la rotura si se había producido. Antonio, que no se había quedado tan tranquilo como parecía, me llamó y convenimos en que llamaría a mi padre, él estaba en Yunquera y su coche en Coín, así que tardaría más. Lo que yo no sabía es que mi padre estaba en Málaga, comprando en el polígono. El pobre vino lo más rápido que pudo y luego me llevó muy nervioso a la Quirón. Quiso hacer unos cuantos adelantamientos temerarios, pero yo no lo dejé.
No tuvimos que esperar mucho en urgencias y un matrón me puso los monitores y me hizo unas cuantas preguntas. La niña seguía bien, así que ahora una ginecóloga me miraría a mí. Y la doctora, ¡¡lo confirmó!! Había roto aguas, así que me ingresarían y esperarían 24 horas para ver si me ponía yo solita de parto y, si no, me lo provocarían. ¡¡¡¡Ahhhh, llegó la hora!!!! Llamamos a Antonio que salió para Coín a recoger su coche. Le pedí mi pelota de pilates, aunque mi padre se reía, pero es que así me ayudaría a una posible dilatación. Solo estaba dilatada de uno. Llamamos mil veces a mamá, pero no lo cogía. Salí a tomar un poco el aire y a andar (lo que me recomendó la ginecóloga para provocar el parto) y de casualidad Esther me llamó, así que fue la primera en enterarse, sin necesidad de que la avisara. Luego, les mandé un mensaje a Yoli y a Maricarmen y ya suponía que correrían la voz.
Pasó un ratito y me llevaron a la habitación, ¡¡vaya habitación!! Ni un hotel de cinco estrellas. Unos ventanales y una vista preciosa, etc., etc. Estaba nerviosa y quería comenzar ya a andar, así que no paraba de dar vueltas por la habitación, mientras mi padre contrató la tele y se puso a ver los Simpson. Ya por fin empezaron a llegar: Antonio, mamá. Me llamó Maricarmen, que me recomendó andar en cuclillas, pero me costaba demasiado. Inflamos la pelota y papá y Antonio me trajeron algo de comer, ¡¡no se me fue el apetito!! Me llamó mi hermano Paco, que me dijo que me esperaba más asustada. Intenté dormir un poco, pero no podía, así que comencé a pasear por los pasillos del hospital, con mi madre, ¡¡cuántos kilómetros haría!! Fue pasando la tarde y yo repartía mi tiempo caminando y girando sobre la pelota de pilates. A partir de las nueve, y cada cuatro horas, me fueron poniendo un goteo de antibióticos. Con anterioridad, me cogieron una vía, que ya no me abandonaría en un tiempo. Llegaron Esther y Pedro con bombones y también caminé y bajé y subí escaleras con ellos. También me visitaron tita Manme y tito Antonio. Al llegar la noche, Antonio se durmió como un tronco, estaba encantado con el sofá de la habitación, ninguno de los días lo abrió para convertirlo en cama. Yo no pasé una noche tan apacible. Me estuvieron dando lo que yo creía que eran contracciones, (jeje, ilusa). Bueno, serían lo que mi madre llamaba “calambres”, como dolores de regla, pero más intensos. Estuve cronometando el tiempo y, me alegré por un instante, porque me estaban dando cada diez minutos, pero fue un espejismo. Pronto fueron espaciándose y calmándose. Así que sobre las cuatro de la mañana me puse a andar un rato. El hospital totalmente en calma. Supongo que luego me dormí.



Jueves 3 de febrero de 2011

¡¡Y llegó el gran día!! Y hoy sí o sí nacería Lucía y ya no podía evitar que me indujeran el parto. Ahora mi reto personal (como si de mí dependiera, jeje) era evitar una cesárea. Tanta natación, los ejercicios del yoga, la pelota de pilates, ¡¡¡tenían que servir para algo!!! Antonio se levantó diciendo que había dormido super bien, ¡¡qué cara!! Cada vez más nerviosa, únicamente me tomé un zumo y un par de galletas. Se suponía que sobre las nueve o nueve y media ya comenzarían a realizarme la inducción. Pero este día, luego me enteraría bien, todo iba a retrasarse, porque estaban saturados. Solo disponían de una matrona o matrón de guardia y un ginecólogo y estaban ocupados atendiendo partos. Mis padres llegaron pronto.
A las once y media, aproximadamente, llegó una ginecóloga. Me explicó que me pondría en la vagina una píldora de progesterona, para iniciar el parto. Pudiera ser que arrancara o pudiera que no. Tenía que estar tumbada una hora y luego podía comenzar a moverme. Pasé la hora sin novedades y a continuación me fui, de nuevo, a pasear con mi madre por el hospital. Mi padre, mi hermano y Antonio habrían salido, en general han aguantado poco tiempo en la habitación. Y entonces comenzó: poco a poco los dolores eran más fuertes y dejé de poder mantener la conversación con normalidad y supongo que me fue cambiando la cara. Mi madre cronometraba la frecuencia con que me daban y a veces me decía “esta no sería una contracción, sería un calambre” y me daba algo, ¡¡¡sólo un calambre!!! Volvimos a la habitación y me subí en la pelota y seguía subiendo la intensidad del dolor. Llegaron Paco, Leila, la niña. Mis padres me abanicaban cuando llegaba una contracción y en esto Inmita se sentó a mi lado (ahora me había puesto en el sofá que diera el sol) y me dijo “a ver, tita” y empezó a abanicarme, qué linda. Pasaba el tiempo y no aparecía ni una matrona ni un ginecólog@. Llegó, eso sí, una auxiliar a ponerme los monitores y ese rato sí que resultó insoportable: ¡¡¡¡qué dolores!!!! Le decía a mi madre que no podía, y mi frase mítica: “¡¡¡yo no sirvo para esto!!!” Cuando me quitaron los monitores, se me ocurrió seguir el consejo de Victoria, la matrona del centro de salud de Alhaurín y me metí en la ducha, dándome con agua muy muy caliente cuando llegaba la oleada de dolor. Le debo la vida a la matrona y a la ducha, a la cual le di un beso esa noche ;). Es lo mejor que se me pudo ocurrir. Creo que estuve una hora en la ducha y salí porque llegó el ginecólogo. Me exploró y me dijo, “¿te pondrás la epidural?” A lo cual le respondí que por supuesto que sí. ¡¡¡Sólo estaba de 3 cm.!!! Madre mía, con lo que me dolía. Mandó buscar a un celador para que me llevara abajo y nos comentó que el parto estaba ya en marcha. A mi madre le dijo que la tendría por la noche, que dilataría un centímetro por hora. Cuando se fue, me volví a meter en la ducha. Entonces, aunque yo no podía ni saludarles, en la habitación estaban mi primo Juani, mi primo Francisco, Mi tío Fran y mi tía Vivi, más los que estaban antes. Mi tío Fran me comentó, bromeando,claro: “yo creía que tú sabías lo que era esto” y luego se fue. Llegó el celador, con lo cual me tuve que separar de mi querida ducha y me agarré a la barra de la camilla y a la mano de Antonio, pero la barra no tenía el mismo efecto calmante que el agua. La mano me reconfortaba. El celador me decía que gritara si quería y entabló conversación con Antonio sobre lo que sufrimos las mujeres.
Al llegar a la zona del paritorio, Antonio se tuvo que vestir de doctor House (según él). Me ayudaba notarle tranquilo, que pudiera incluso bromear. A continuación, me tumbaron en la cama paritoria, muy muy incómoda, y la matrona se me presentó. Era una chica joven y dulce, que se disculpó por no haber subido a verme. Me contó que desde que llegó habían entrado una mujer detrás de otra a parir, con lo cual no me pudo atender a mí. Yo estaba a lo mío, le pedía que me pusiera algo para el dolor ya, que no lo soportaba. Entonces, llamó al anestesista, pero antes me dijo que había que esperar a que se agotara un goteo (de oxitocina) que me acababa de poner, junto a monitores. Yo me quería morir. Entró otra enfermera, al parecer la encargada de preparar los quirófanos y paritorios. Qué carita no tendría yo que le comentó a la matrona que me veía muy mal y a mí si tenía ganas de empujar. Yo no estaba segura. Esta chica era otro absoluto encanto, muy cariñosa. La matrona se dispuso a explorarme, supongo que no lo hizo cuando llegué, porque hacía nada que lo había hecho el doctor en la habitación. De pronto la matrona exclamo: “¡¡pero si estás ya de diez!!, ya no te merece la pena ponerte la epidural”. Llamó al doctor, la otra enfermera se dispuso a prepararlo todo y a mí me colocaron en posición de parir. Por cierto, tumbada un tanto incómoda, debe ser mucho mejor hacerlo en una silla. Mi dolor seguía siendo el mismo, intenso a más no poder, pero mis ánimos eran otros, ¡¡¡ya iba a nacer Lucía!!! El dolor ya tenía sus días contados y nosotros íbamos a ser padres después de un rato. Antonio me sonreía, “¡¡ya queda poco!!”. Llegó el doctor, sorprendido de que estuviera tan rápido dilatada y se dispuso a explicarme lo que tenía que hacer. Mientras no tuviera dolor, debía respirar profundamente y cuando llegara la contracción empujar un par de veces, ayudada por la respiración, aguantando la respiracíón. En la natación yo me había entrenado un poco para ello. Son unas sensaciones que no se pueden explicar. Duele, pero yo no recuerdo que doliera, sólo que era algo muy fuerte. Antonio permanecía a mi lado, pero no se asomó a mirar. Hubo un momento en que se pondría un poco blanco, porque la enfermera le preguntó si se encontraba bien. Ya ves tú, él que cierra los ojos cuando hay una escena de una operación en “Anatomía de Grey”, jeje. No tardó mucho en aparecer Lucía. El médico dijo “ya ha coronado” y yo le preguntaba sollozando, “¿ya la ves?”. Él me contesto que claro que sí, que me tocaba empujar una vez más y ya está. Y tras el último empujón, salió Lucía, ¡¡qué sensación de alivio, de alegría, de mil cosas a la vez!! El doctor me felicitó: “lo has hecho muy bien y además no has insultado a nadie”. A la pequeña, a la que ya no podíamos dejar de mirar, la empezó a examinar el pediatra que nos dijo que pesaba tres kilos y cuarenta gramos y que estaba perfectamente. La chica cariñosa se la pasó al papá, ¡¡qué pequeñita!! y después me la pusieron a mí junto a mi cuerpo. Ese es el gran momento de mi vida, la pequeña Lucía, guapísima, con los ojos muy abiertos, piel con piel conmigo. Estaba calentita y no paraba de mover la manita, y, como ya he dicho, con los ojos sorprendentemente abiertos y preciosos. Antonio y yo nos miramos orgullosos, enamorados de nuestra niña. Creo que no lloramos, pero estábamos emocionados como nunca. Yo le pedía perdón a Lucía, porque había pensado que era fea por culpa de la ecografía tres D. Mientras, el doctor seguía haciendo de las suyas: me había desgarrado un poco, así que me tuvo que poner puntos y tenía que expulsar la placenta, por lo que seguía con el goteo de oxitocina. Pero, aunque lo de los puntos, o lo de la sonda que me pusieron luego, duele, ya nada importaba, sólo podía mirar a la niña y compartir cosas con Antonio. Le pedí que llamara a mi padre, ¡¡madre mía, no se lo iban a creer, si acababa de bajar!! Y Antonio por su cuenta llamó a su madre, a la que no había llamado antes, qué tranquilón. Pasamos un buen rato, casi tres horas en la recuperación, también debido a la saturación que tenían. La matrona y el médico estaban practicando la cesárea a una mujer. Lo más importante de este rato es que la matrona me puso por primera vez a Lucía en el pecho. Eso también es muy fuerte. Tan pequeñita, acabada de nacer, y ya chupando, muy despacito, del pezón. La puse un poco en el pecho derecho, que luego sería su preferido y el que me ha dado menos problemas (aunque ha tenido su grieta y su mastitis correspondiente). De hecho, luego en la habitación nos dimos cuenta de que no quería el izquierdo (pero en pocos días ya lo aceptó). Mis padres se impacientaban y llamaron varias veces. Mi padre intentó colarse, pero lo detuvieron, jeje. Mi madre me explicó que ellos y mis hermanos me esperarían junto al ascensor, porque había mucha gente en la habitación y ellos querían vernos más tranquilamente y ser los primeros. ¡¡¡Que si había gente!!! Mi familia había inundado literalmente la clínica. Faltaba la fogata y el bailoteo y éramos un clan gitano. El mismo celador fue el encargado de subirme, yo ya lo miraba con otros ojos, era muy salao. Lucía iba lloriqueando un poco, así que antes de que se abriera el ascensor, escuché a mi hermano Paco decir, “esta es, aquí vienen”. Se abrió la puerta y mis padres, mis hermanos y Leila me besaron y conocieron a Lucía, otra más para la familia. Mi madre me dijo: “Chiqui, increible”. Y luego, el celador fliparía, tooooda mi familia me esperaba, yo no sabía para donde mirar, ¡¡¡estaban todos!!! Recuerdo también a Yoli emocionada y a Esther y Pedro. Todos mis primillos, mis tíos y mi abuela Juana que esperaba en la habitación y que comentaba lo preciosa que era la niña. Lucía, anunciando que sería comilona, iba chupándome la manita, como todavía hace cuando tiene hambre. Mi tío Antonio, tal y como había prometido, descorchó una botella de champán y lo repartió entre todos. Antonio hizo el brindis, dio las gracias a todos por acompañarnos y brindo por mí, dijo que era una gran madre, snif snif, ahí sí lloré un poquillo. La verdad es que me sentía orgullosa de mí misma y todas las mujeres de mi familia me felicitaban, me decían que había sido una campeona. Y mi tía Manme, por supuesto, me recordó que había salido a ella para parir, ajajajaja.

Así comenzó la vida de Lucía, a la que se llevaron una hora para examinarla con más cautela y lavarla. Mi tía Vivi llegó cuando se la habían llevado y lloró al no verla. La pudo ver después. De esa noche recuerdo como por arte de magia sabía cambiar los pañales a Lucía y vestirla (no hay más narices, jeje). Y recuerdo el meconio, ¡¡madre mía!! Del cuerpo de mi chiquitina salía una sustancia parecida al petróleo y en cantidades desproporcionadas, jajajaja. Y del día siguiente recuerdo las visitas, ya de mis amigas también y que Lucía parecía drogada, ¡¡cómo dormía!!

En fin, quería escribir mi vivencia, por mi afán de recordarlo todo, aunque esto es inolvidable. Seguro que algún día a Lucía le gustara leerlo.

domingo, 17 de enero de 2016

El deseo de Lucía

Hace unos días Lucía se me acercó llevando en la mano una pelotita pequeña, transparente y brillante. Era una pelota mágica a la que se le podía pedir un deseo. Me invitó a que pidiera uno y ahí me vi yo, pidiéndole a una pelotita saltarina que siguiéramos queriéndonos siempre todos mucho. Entonces, Lucía me contó el deseo que ella le había pedido. Se ve que ha salido más a papá piofaurio que a mí, es una chica práctica. Atención:

- Mamá, yo le he pedido un robot que te limpia toda toda la casa, para que tú no tengas que estar limpiando y limpiando...Lo venden en el Corte Inglés.

Osea, Lucía podría haber pedido cualquier otro deseo fantástico, la pelotita no te pone pegas, y lo gastó en un robot que limpia. Me quedé muerta.

Pensaréis que es que yo estoy todo el día fregona en mano. Qué va. Pero sí es cierto, que muchas tardes las paso haciendo cosas de la casa (normal) y a Lucía le habrá parecido que me quitan demasiado tiempo y que me desespero y digo cosas como "tooodo el día recoge que te recoge". No le falta razón, si estoy en la casa, siempre tengo algo que hacer. Además, soy especialmente lenta y una desordenada que quiere ser ordenada, pero no me sale muy bien. 
Seguramente, el deseo de Lucía es que su mamá tuviera más tiempo libre, lo cual está muy bien y me dio que pensar. Está en mí, en nosotros, poder cumplirlo y que no todo sea estar en casa afanándose, que haya más tiempo para jugar con ellas. O tiempo para no hacer nada. Estoy intentando comprender que si hago lo que yo pienso que es "nada", estoy haciendo algo, porque estoy viviendo. Tengo muy metido en el coco lo de no perder el tiempo, como si participara en una especie de carrera no sé muy bien con qué meta.

También pensé "jo, Lucía solo ve mi faceta de maruji". Pero no, ella sabe que trabajo en un instituto (me ve escribir, leer) en el que ella trabajará en un futuro, compaginándolo con la docencia en el instituto de su padre también y la peluquería de perros y de gatos (no lo olvida) a medias con la primita Inma.

En fin, podría haber sido peor. Esta semana he estado especialmente cansada y poco paciente. Si le pregunto por su deseo esta tarde, lo mismo me desea un circuito de spa y un masaje desestresante. 

Aunque igual el robot es la solución a todo.




viernes, 15 de enero de 2016

El cielo

Estas mañanas de camino al cole, Victoria me enseñaba el cielo, "¡¡mira, mamá!!". Ella pensará que mamá, que va empujando el carrito con prisas no ha podido reparar en el color azul o en las estelas que dejan los aviones al cruzarlo. Lleva mucha razón, de mayores miramos menos el cielo, lo miramos menos todo, o al menos con otros ojos, y más si es en nuestro día a día. Así que me encanta que ella me recuerde que podemos mirar el cielo, o al gatito de una casa que hay de camino al cole de Lucía, o a cualquier perrito o camión que pase a nuestro lado.

Esta mañana Lucía también me hablaba del cielo, pero de otro. Desde hace un tiempo, a veces se pone triste y me cuenta que le da miedo hacerse vieja e irse al cielo. Yo siempre la abrazo fuerte y le digo que no tenga miedo. No se me ocurre mucho más.

 Esta ha sido la conversación:

Lucía: Mamá, ¿sabes que la babu tiene unos tacones con los que se ven los dedos de los pies?

Yo: ¿Sí? Yo también tengo unos.

Lucía: ¿Tú me puedes guardar las cosas que tú tienes para cuando sea mayor? Porque tú te harás muy mayor, muy mayor.

Yo: Sí, claro...

Lucía: Y cuando seamos muy viejecitos nos iremos al cielo... ¿Por qué?

Yo: (Me hubiera gustado salir corriendo o que pasara algo extraordinario que nos hiciera cambiar de tema, pero íbamos en el ascensor) Cariño, es ley de vida.

Lucía: Me da miedo pensar en eso.

Yo: Bueno, intenta no pensarlo.

Lucía: No quiero pensar en eso.

Yo: No pasa nada, amor. Cuando te pase, pues piensa en una cosa bonita o graciosa. Por ejemplo, piensa en tu hermana haciendo el payaso.

Y en ese preciso momento miramos a Victoria que estaba casualmente haciendo el payasete, con el gorro de lana calado hasta los ojos. Nos reímos las tres.

Lucía: ¿Y qué pasa con las cosas: la tele, el piso...?

Yo: ¿Qué pasa cuándo?

Lucía: Cuando estemos todos en el cielo.

Yo: Pues la gente cuando muere le suele dejar las cosas a sus hijos, a sus nietos o las regala a otra gente.

Lucía: ¿Pero si todos estamos en el cielo, quién esta en este pueblo?

Yo: (Aquí sí que estuve a punto de echar a correr y dejarlas a las dos que se fueran solas al cole y a la guarde) Es que si nosotros nos vamos al cielo, pues habrá  otra gente por aquí.

(A no ser que la Tierra se haya ido ya al carajo)


Y ya creo que, ¡¡por fin!!, cambiamos de tema. Menos mal, porque no es lo mío la Metafísica, se nota, ¿no?

Prefiero que hablemos del cielo azul, del que me enseña Victoria, pero también me gusta que Lucía me cuente sus miedos, y que se le olviden un poco con un abrazo o con las payasadas de su hermana.