De vez en cuando, aunque sea muy de vez en cuando, son necesarios días sin las pequeñas. Para desayunar en una cafetería leyendo tranquilamente el mensaje del azucarillo y deteniéndose a observar el ambiente. Para disfrutar de un spa, entre risas y relax, cortesía de la tita Esther. Para tomarse unas cervezas, vinitos, tapitas. Y, sobre todo, para pasear, caminar cogidos de la mano. Algo tan sencillo y a la vez importante, que se vuelve emocionante, porque no lo podemos hacer normalmente, cuando nuestras manos están ocupadas en sostener y acompañar a las niñas.
A la vuelta la realidad nos hace "¡zas!" en forma de toses, llantos, incluso diarrea (¡toma ya!).
Da igual, ha merecido la pena.
Posdata: la foto es de hace mucho tiempo, la primera vez que hicimos juntos el camino de Santiago.