Unas semanas después de nacer la peque, escribí su parto, como hice también cuando nació Tosía. Lo reescribo ahora aquí, porque fue un parto muy bueno (como lo fue también el primero) y por experiencia sé que gusta encontrar historias de partos que van bien; supongo que no he sido la única embarazada loca y buscadora compulsiva en internet.
10
de octubre
Aquella
mañana me levanté a las siete y media. Había puesto el despertador
antes, para desayunar tranquila y recoger la casa antes de que
llegara Gloria (la muchacha que nos ayuda con la limpieza de la casa). En esta recta final de embarazo, el momento del
desayuno mirando un rato el ordenador, sola y tranquila, era de mis
momentos preferidos del día. El día anterior me lo pasé preocupada
por si tenía o no una fisura en la bolsa, porque me estaba mojando
un poquito más de lo normal, aunque no mucho. Así que pasé el día
mirando en internet (y observándome a mí misma) y sembrando de dudas a
mi madre y a papá piofaurio. Por la noche, papá piofaurio quiso llevarme al
hospital, pero me tranquilicé un poco, vi que ya no estaba mojada y
lo dejé pasar, sobre todo pensando en Tosía y en que tendríamos
que sacarla de casa y estaba a punto de acostarse. Esa mañana, sin
embargo, me levanté normal y me encontraba muy tranquila. Mientras
desayunaba escribí en el espacio en Facebook que comparto
con mis amigas. Justo cumplía las 38 semanas, era una semana clave,
en la que nació Tosía y sentía un montón de cosas que tenía que
expresar; sobre todo que últimamente necesitaba darle mucho cariño
a mi niña, se acercaba un tiempo en que no podría dedicarle toda mi
atención y cariño a ella y ese tema me tenía especialmente
sensible. Terminé de desayunar, empecé a recoger. Llegó Gloria. Y
ocurrió: me agaché para guardar en el cajón del mueble del salón
el hule y al levantarme, ¡¡rompí aguas!! Tenían razón en los
miles de blogs y foros que leí el día anterior, cuando se rompe la
bolsa, se nota. Entonces llamé a Gloria: “Creo que he roto aguas”,
le dije y creo que empecé a temblar un poquitín, porque llegaba la
hora y de golpe me puse muy nerviosa. Qué bien que era jueves y
estaba Gloria, que, aunque ha parido tres veces, también se puso muy
nerviosa. Entre las dos pensamos los pasos a seguir: llamaría a mi
padre, que estaba más cerca y me podría llevar antes y luego a papá piofaurio que justo ese día se había dejado el móvil en casa; yo lo vi
tirado en la cama al despertarme y pensé, "vaya, está para tener que
llamarle de urgencia" (pues sí). Así lo hice: llamé a mi padre e
intenté que no se pusiera muy nervioso especificándole que había
roto aguas, pero que no tenía dolores ni nada, vaya, que no tenía
que salir corriendo cual fitipaldi. Pero yo ya lo noté nervioso
y, según me contó mi cuñada después, se puso atacado. Llamó a mi madre
que no se lo cogía, protestó “ ¡¡esta mujer que no coge el
móvil” (me lo puedo imaginar). Lo siguiente era avisar al padre de
la criatura. Yo seguía de pie, con un charquito bajo mis pies.
Gloria me obligó a sentarme en el sofá y me dijo que dejara de
preocuparme de mojarlo todo. Busqué la página web del instituto del papi, localicé el teléfono y llamé. Se ve que el conserje mandó
a un alumno a llamarlo y, como yo no me identifiqué, papá piofaurio
pensó que lo llamaban de algun servicio técnico de los portátiles
y mandó decir al alumno que no podía atender a quien fuera, que
estaba en clase (qué huevón). El conserje me dio el recado de que
no se podía poner y yo solté un efectivo: “ es que he roto aguas” y
al minuto estaba al teléfono. Ya le comenté qué había
pasado y que mi padre venía de camino. Quedamos en que yo despertaba
y vestía a Tosía y se iría con él cuando llegara. A continuación
me duché , pero antes dejé un mensaje en el whatssap que comparto
con mis amigas. Ese día no pararíamos de hablar, fue casi un parto
retransmitido, bueno, y una operación, que resulta que mi amiga
Patri justo esa mañana estaba teniendo unos dolores muy fuertes que
resultaron ser una apendicitis, así que compartimos planta del
hospital. Me duché, me vestí con mi vestido premamá rosa y fui a
despertar a Tosía, que entonces estaba durmiendo en un colchón (o
cama de Dora la exploradora) del desmantelado “cuarto verde” , ya
rosa, y que pronto tendría unos muebles muy chulos. Protestó un
poquillo, como siempre, para despertarse y la convencí diciendo que
venía el papu y que no iría a la guarde. En esto me llamó mi madre
para decirme que ya estaban llegando los dos. Con ella se me quebró
la voz cuando me preguntó cómo estaba, y estaba realmente nerviosa.
Decidí entonces que Tosía se vendría con nosotros, porque se podía
quedar con mi padre, mientras mi madre me acompañaba a mí, y le
dejé una nota al papi para explicárselo. Desinflé la pelota de
pilates y la guarde con su inflador por si me era útil luego (y
tanto que me sería útil). Los papus llegaron y nos fuimos. Tosía
desayunaría allí con su papu. De camino me estuvieron contando cómo
mi madre había salido de su instituto (sí, también se dedica a la enseñanza) entre aplausos y vítores de
sus compañeros, jeje.
Llegamos
al hospital. Mi padre paró el coche en la puerta de urgencias y nos
bajamos mi madre y yo. La pequeña piofaurio se quedó llorando, pero nada que un
zumo y unas tostadas no pudieran remediar. Después de pasar por el
mostrador de urgencias, y tal y como nos dijo la recepcionista, nos
encaminamos a la urgencia de ginecologia y allí nos sentamos en la
sala de espera. Mi madre, que no es fan de ese hospital (donde también nació Tosía) exactamente
porque opina que hay muy poco personal (que es verdad), ya empezó a
decir que si la chica de recepción no me había preguntado si tenía
contracciones o algo, que en el hospital Materno (que es público) me hubiesen trasladado ya en
silla de ruedas. En
la sala de espera estuvimos poquito (al menos creo que sí me colaron
ante otras urgencias menos urgentes) y recibíamos y mandábamos
whatssap. Yo, a mi hemano Manolo que estaría trabajando el pobre
hasta las tantas de la noche y que me contestó algo así como
“¡¡ánimo, culo!!”. Por su parte, mi madre no paraba de recibir
mensajes de mi hermano Paco, que le preguntaba si tendría a la niña
ese día, para ver si se venía ya pidiendo permiso o esperaba al día
siguiente que ya descansaba. Mi madre le contestaba que cómo iba a
saberlo, pero él seguía dándole vueltas. Al final se vino.
Entramos
en la consulta. La ginecóloga que me iba a atender también en el parto, era muy amable, como la
mayoría de ginecólogas de allí y compañera de estudios de mi ginecóloga. No obstante, reconoció su letra al recabar los datos de mi
cartilla de embarazo. Me preguntó una serie de cosas y me explicó
lo que yo ya sabía: me quedaba allí ingresada y si no me ponía de
parto en 24 horas, me lo inducían. A continuación, me explorarían.
Y, entonces, llegó él, el matrón buenorro, jajaja. Todavía no había comenzado a
dilatar ni había visos de contracción y Tictoria estaba bien; durante los
monitores, cada vez que la peque hacía un movimiento brusco, me salía más
líquido, con lo cual me puse perdida y puse perdida la silla.
Estando en monitores llegó el papá de las criaturas. Yo había dejado a mi madre
llamando a la Policlínica donde había asistido durante el embarazo porque no tenía los resultados
del exudado vaginal y resulta que al llamar le habían dicho que no
los tenían. Papá piofaurio vino para volver a preguntarme los datos e
insistir. Si no tenía los resultados, para curarse en salud,
comenzarían a ponerme antibióticos cada cuatro horas (creo). Y,
aunque papá piofaurio más tarde se fue bastante cabreado para la
Policlínica y consiguió que encontraran los resultados, no sabemos
si las auxiliares de la planta le llevaron la información a la
ginecóloga. La cosa es que comenzaron a ponerme los antibióticos, y
así ya hasta que bajé a parir.
Me
mandaron a una habitación, trescientos y pico, que no estaba en la
zona de maternidad. Lo sé porque el super matrón lo preguntó
extrañado. Mi madre también criticó eso. Era una buena habitación,
pero más pequeña y con peores vistas que la suite que tuve la otra
vez, que casi estábamos estrenando el hospital. Al llegar a ella, Antonio trajo las maletas del coche, me duche
y puse cómoda. Mientras, mi padre infló la pelota de pilates y
después bajaron con Tosía a comer. Yo comencé mi “entrenamiento”
que consistió toda la tarde en sentarme sobre la pelota de pilates y
hacerla girar moviendo la pelvis, haciendo círculos y delante a
atrás y en dar paseos por el hospital, subiendo y bajando escaleras
de vez en cuando. También descansaba, no hay que olvidar que mi
cuerpo soportaba una barriga gigante. Por ejemplo, descansé a la hora
de la siesta. De este momento hay una mítica foto de mi padre, papá piofaurio y Tosía fritos en el sofá. Estaban de los nervios por mí,
vaya. Mi madre corregía exámenes. Un poco después de la hora de la
siesta, acabados de llegar mi primo Juani y mi tío Fran, me
trasladaron a la zona de maternidad, en la planta cuarta, donde la
habitación era más grande y los vecinos eran niños o embarazadas
(poca gente, eso sí). Cruzando el pasillo que separa los dos
edificios del hospital y torciendo luego a la izquierda llegaba a la
habitación de mi amiga Patri. Mis paseos por el hospital los solía
hacer sola, pero en dos ocasiones me acompañó Tosía, ella ya
deambuló dentro de mí por esos pasillos hacía dos años y ocho
meses. La segunda vez ya me costó aguantar sus juegos, su querer
bajar o subir más escaleras de la cuenta, etc. Durante toda la tarde
fui teniendo contracciones, pero leves y, sobre todo, muy
irregulares. Fue al caer la tarde cuando empezaron a intensificarse.
Esta vez yo había pedido a mis padres que no avisaran a nadie hasta
que me bajaran a paritorio. Pero no pudo ser, porque mi padre tuvo
que avisar a mi tía de que no podría llevar a mi abuela al
médico al día siguiente. Como los jueves comen todos juntos en casa
de mi tío, pues ya se fueron enterando. No es que me importara
mucho, solo que llega un momento en el que ya casi no puedes hablar con
nadie y se suele notar. A mí ese momento me llegó al anochecer.
Estaban allí mi tía Vivi, mi tío Paco, mi primo Francisco y Ali, mis
hermano y Leila y Esther (aparte de mis padres, mi esposo y mi hija). Me trajeron la cena
y, raro en mí, no me apetecía comer nada, ni siquiera el plátano
que venía de postre. Las contracciones comenzaban a ser un poco más
dolorosas y más regulares. Más o menos cada diez minutos, aunque no
siempre. Mi tía Vivi me lo notó en la cara, ya no me apetecía
mucho conversar. Y Esther también me lo debió notar cuando me animó
a dar un paseo con ella. Las contracciones seguían. Nos acercamos a
la habitación de Patri. Ya la habían operado. Su marido estaba fuera y
estuvimos hablando con él. Esther entró, pero yo ya no me sentía
cómoda. La cosa iba a más. Al volver a la habitación mis tíos y
mi primo se fueron. Esther también se encargó de pasear a Tosía en
algún momento. Mi pequeña piofaurio lo había vivido todo con aparente naturalidad, me preguntó si estaba malita cuando me ponían los antibióticos, pero cuando ya me puse de parto, era mejor que se la llevaran. Las contracciones ya eran cada cinco minutos más o
menos. En esto llegó la que sería mi matrona. Una chica joven,
seria, pero agradable. En todo momento me dio seguridad y
tranquilidad. Al tenderme en la camilla para explorarme, mis piernas
temblaban. La matrona me dijo que al segundo parto íbamos más
nerviosas. Por lo visto estaba aún muy poco dilatada. “Necesitas
contracciones, me dijo”. Mi cuerpo, tan obediente y responsable
como yo, se puso a ello. Al irse nos advirtió: “ cuando tenga
contracciones cada tres minutos durante una hora, me avisáis”.
Dicho y hecho. Mis siguientes contracciones ya eran cada tres minutos
y de pronto tuve una fuerte fuerte con la que me agarré a la cama
y me retorcí un poco. “¿Al agua?” me preguntó mi madre. Ya iba
yo de camino a mi querida ducha, con toda la incertidumbre del mundo,
¿me iría tan bien como la otra vez? La dinámica en la ducha fue la
siguiente. Yo sentada con una mano apoyada siempre en la ducha para
activar el agua super caliente cuando llegara la contracción. Mi
madre (a veces relevada por papá piofaurio) a mi lado, con un abanico para
darme aire en los intervalos sin dolor. Esther vino a despedirse y yo
casi no podía hablar. Fuera mi padre cronometraba, dentro mi madre
también, aparte de ponerse los zapatos chorreando (creo que nunca
voy a olvidar esa imagen). Como digo, en los intervalos, yo respiraba
profundamente, intentaba descansar y mentalizarme para la nueva contracción y ¡¡me dormía!!. Estaba muy cansada de todo el día
de “entrenamiento” y la contracción me dejaba exhausta. Di
alguna minicabezadilla incluso. El aire del abanico era esencial. A
veces me pasaba con el agua y me achicharraba. A veces no salía
seguido el agua caliente y me entraba el pánico. Durante la
contracción también intentaba respirar profundamente y mandar
oxígeno a Tictoria, pero no sé si lo conseguía. Gritar, no grité;
gemidos y lloriqueos sí, pero gritos no. En un
momento mi madre me dijo:”tú eres muy fuerte, ¿eh?” Yo no
estaba segura, solo estaba segura de que no quería salir del agua,
que me ayudaba a sobrellevarlo y de que esto pasaría y que era para
algo muy bueno e importante.Pues pasó una hora y mi madre fue al
puesto de auxiliares a que avisaran a la matrona. Por un lado, bueno
tenía que venir, eso era obvio, pero por otro lado, yo no quería,
porque me iba a sacar del agua, me iba a tumbar en la camilla, me iba
a poner monitores... Todo eso conllevaba no soportar seguramente el
dolor. Incluso me habían puesto los antibióticos sin necesidad de salirme de la ducha.
11
de octubre del 2013
Una
hora más tardó en llegar la matrona, ya serían las once y media
pasadas o las doce. Imaginad a mi madre, jeje, estaba que trinaba.
Cuando por fin llegó la matrona y le dijimos que llevaba dos horas
con contracciones cada tres minutos, me volvió a explorar. Me dijo
que estaba de cuatro (¡¡¡todavía!!), pero que me iba a bajar
porque si me seguía tocando estaba de cinco, de seis... Yo le dije
que si me podía meter otra vez en el agua y me contestó que
imposible, que estaba de parto, que me iba volando para abajo.
Recuerdo a papá piofaurio recolocándose la camisa dentro del pantalón para acompañarme con buena presencia. Mi madre y sus zapatos
empapados ya habían cumplido con creces. No sé si por falta de
personal o porque en realidad vio que yo estaba dilatando mega
rápido, la misma matrona con una de las auxiliares empujaron la
camilla camino del paritorio. Por el camino no tuve casi
contracciones, según recuerdo, y la matrona aprovechó para
preguntarme si mi otro parto había sido rápido. Al hacerle un
resumen de lo que sucedió en mi primer parto, aceleró y me dijo “y
querías quedarte arriba”. Al llegar me dieron las contracciones
más enormes y dolorosas, para quedarse sin respiración y para
preguntarle a la matrona si me iba a poner la epidural.La matrona,
hipertranquila, me dijo que mientras preparaba las cosas y me miraba
nos lo pensábamos, que le parecía que ya no iba a hacer falta. Yo
le cogí la mano a papá piofaurio y la matrona bromeó sobre que era como en
las películas. Cuando me miró, efectivamente, ya estaba dilatada.
Estuvo un rato sorprendida de lo rápido que había sido y así se lo
contó a la ginecóloga cuando llegó. Pues ya tenía yo unas ganas
de empujar horribles. Ella me colocó ya para empujar y yo le pedí
estar lo más sentada posible, y ella accedió sin problemas. Me dijo
que ahora cuando sintiera dolor podría empezar a empujar, pero
despacio. Bien porque es cierto que el dolor del parto se te olvida,
o bien porque la otra vez fue una liberación tan grande llegar al
momento de empujar, yo había pensado, e incluso contado por ahí, que
no duele. Ja. Sí que duele, es un dolor distinto al de la
contracción, pero es lo más intenso que se puede sentir. Esta vez
mis ganas de empujar eran enormes y en una ocasión en medio del
pujo, me frenaron, ¡¡cómo iba a frenarlo!! Pero fue rapidísimo.
De pronto noté cómo salía mi niña y entonces la matrona y la ginecóloga
sacaron a Tictoria y me animaron a que la cogiera y me la pusiera en el
pecho. Dios mío, qué experiencia más enorme, más bonita. Se me
saltan ahora las lágrimas al recordarlo; aunque entonces, como me
pasó con Tosía, no lloré. Eran las una menos veinte del 11 de
octubre. Estaba de nuevo super feliz. Es una felicidad que de pronto
te relaja y te hace tener ojos solo para tu hija. Había pesado tres kilos cien (creo, qué mala madre que no me acuerdo muy bien). No sé por qué a Tictoria la vi, desde el principio, más indefensa que Tosía.
Lloraba más, no abría los ojos del todo, ay qué cosa más pequeña.
Ahora sí, me fijé en su nariz peculiar, jeje. Después se la dieron
a papá piofaurio, que parecía más grande y fuerte al cogerla. A mí solo me tuvieron que dar un par de puntos. El ratito en
la sala de recuperación fue super tranquilo, el papi daba cabezadas.
Solo le despertaba yo contándole cómo iba evolucionando la niña y
haciéndole preguntas trascendentales como “¿eres feliz conmigo?”
y esas cosas. Tictoria
comenzaba poco a poco a abrir más los ojos y entre mis dos pechos se
movía y se movía escalando por mi cuerpo. La matrona me ayudó a
ponerla al pecho. Parece mentira, yo que había estado dando teta a Tosía hasta los dos años, ahora me encontraba super torpe. La matrona bromeó conmigo, era yo la que le tendría que enseñar a ella. Pero
más que por la teta, por lo pequeñísima que era la bebé. Ella y
su boquita muy pequeñas, mis pezones, sobre todo el izquierdo, muy
grandes, pronto iban a aparecer las grietas. Pero lo importante es
que desde el principio se cogió sin problemas y ahí estuvo
tomándose el calostrillo. Papá piofaurio ya había avisado a mis padres.
Esta vez el recibimiento en la habitación iba a ser muy distinto, no
la boda gitana que se montó con Tosía. La matrona no llamó a
ningún celador y entre Antonio y ella condujeron la camilla hacia la
habitación. Las auxiliares de la planta al vernos llegar exclamaron
“¿¡¡yaaa!!?”. Una que es rapidita. Y en la habitación estaban
mis padres y las locatis de mi tía Marga, Bárbara y Paulita.
Bárbara bautizó a Tictoria como Pou, porque daba grititos como se
supone que los das el bicho ese de las tablet y móviles. Aún se lo
dice. Y todos se preguntaba, “¿de quién será esa nariz?”. Y
nada, entré a ducharme y convertí el cuarto de baño en el escenario
de un crimen. Tuve que agarrarme en la ducha porque me mareé.
Estaría así con mareíllos al estar de pie todo el día siguiente.
Una que se cree muy fuerte, pero el esfuerzo hecho había sido grande
como para estar perfecta. Me tomé unas natillas de chocolate que
había comprado papá piofaurio. Vinieron a arreglar a Tictoria, mi madre
nerviosilla buscó su ropa y sus cositas. Y la acostaron en la
cunita. Ya nos dejaron solos y rondarían ya las tres o tres y pico.
Esa madrugada dormí solo una hora. Primero no podía dormir de los
nervios, de la tensión acumulada. Recuerdo que me dolían los
brazos, seguramente del esfuerzo al agarrarme a los asideros en la
cama de parto. Y no podía parar de mirar a Tictoria. Luego, le di el
pecho. Al mismo tiempo y después de darle, me dieron unos fuertes
entuertos. Y cuando ya nos dormimos las dos, vinieron a pesarla y nos
despertaron. Luego a traerme el desayuno y me volvieron a despertar.
Pero fue el desayuno más rico que he comido en toda mi vida, qué
hambre tenía. Ese día no pararon de venir visitas, y a pesar de no
haber dormido nada, no lo llevé muy mal. Me podía más la ilusión
de enseñar a Tictoria, de compartirla con todos. El primer encuentro de las dos hermanas fue de la siguiente manera: le había pedido a mis padres
que cuandoTosía fuera a conocer a la hermana estuvieramos solos,
porque ella a veces cuando había mucha gente se ponía muy tonta y de mal
genio. Entró ella solita, le enseñamos a Tictoria que estaba en la
cunita y dijo: “¿qué es eso?”, jajaja. Ya le explicamos que era
la hermanita y le dimos el regalo que supuestamente le había traído (así tenía yo el barrigón que tenía). Y poco más, ya se lió con el regalo, entró la primita Inma y ninguna de las dos
volvió a hacerle mucho caso a la que será su próxima compañera de
juegos en casa de los papus. Tosía se acercaría más a la hermanita
ya en casa. La pobre se puso ese mismo día muy malilla, con
muchísima fiebre, más que nunca, así que bajó por la tarde a
urgencias y ya los médicos recomendaron que no subiera. Así que yo
la volvería a ver el domingo. No lloré al parir, pero con esto de
no poder bajar a estar con Tosía y después no ternerla allí con
nosotros el primer día, sí que lloré, a mares. Bueno, y por más
cosas, que los primeros días llora una por casi todo.
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